Palabras locas
"El periodismo de la Monarquía usa un diccionario que traduce en términos decentes los vicios del sistema y los de su propio oficio. Y la pasión de corromper el idioma no nace en los arrabales de la ciudad política, como creen los académicos de la Lengua".
La Transición ha generalizado unos usos idiomáticos que deforman, falsean y ocultan la verdad. En el imperio del eufemismo que asienta esta Monarquía en la demagogia, la realidad es innombrable. La palabra sin sentido suplanta el razonamiento de la cordura. La ignorancia activa se toma por conocimiento. Las pasiones serviles anulan la intuición. La fantasía infantil sustituye la imaginación. La cultura de “prêt a porter” acusa la barbarie de su propia incoherencia. Mientras que la rebeldía republicana, necesitada de conocer la realidad que denuncia, no se permite caer en la pasión de idiotismo que anima la palabrería de la Transición.
En mi libro “Pasiones de servidumbre”, llamé babilismo (del francés babil) a la manía de hablar sin decir nada, al arte de esos contertulios de radio y televisión que dejan indemne la realidad, inventando inexistencias a las que criticar. Lanzan palabras locas que, saliendo de la boca sin pasar por el cerebro ni por el corazón, entran mecánicamente en las conversaciones, para evitar que de ellas surja cualquier forma de pensamiento crítico sobre lo real. El periodismo de la Monarquía usa un diccionario que traduce en términos decentes los vicios del sistema y los de su propio oficio. Y la pasión de corromper el idioma no nace en los arrabales de la ciudad política, como creen los académicos de la Lengua.
Tierno inventó el “yo diría”, cuando nada le impedía decirlo, para dejar implícito que no hablaría contra el sistema monárquico al que servía. Suárez sustituyó la preposición de cercanía “con”, por la de distancia “desde”, para que la opinión concediera crédito a la palabra de un traidor a la falange, que no podía hablar con sinceridad, pero sí desde la sinceridad. Felipe González introdujo la corrupción, hasta en la gramática, mediante “por consiguientes” entre operaciones y oraciones inconexas.
Son palabras locas las que niegan la realidad oligárquica del Estado de Partidos, sea monárquico o republicano. Son palabras locas las que consideran representativas de los electores, o de la sociedad, las elecciones de listas de partido. Son palabras locas las que afirman que hay separación poderes, y no meramente de funciones, en el régimen parlamentario. Son palabras locas las que hablan de independencia del poder judicial, cuando los partidos designan a los miembros del gobierno de los jueces. Son palabras locas las que encuentran libertad de pensamiento en el consenso. Y ningún pensador europeo ha denunciado la locura que entraña defender al Estado de Partidos en nombre de la democracia.
Original publicado el 15 de mayo de 2006 en el blog “La República Constitucional”
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