Churchill
El pasado 24 de enero se cumplieron cincuenta años de la muerte de Sir Winston Churchill. En España esa efeméride ha pasado casi desapercibida, y es muy significativo que ningún político español la haya recordado en estos días.
Las izquierdas españolas, que, aunque han pasado ochenta años, se sienten herederas de los partidos del Frente Popular de 1936, siguen considerando a Churchill como el político anticomunista que no ayudó lo suficiente al gobierno de la República durante nuestra Guerra Civil. Y, pese a haber sido clave en la derrota de Hitler en la II Guerra Mundial, los izquierdistas españoles no están dispuestos a reivindicar ni su trayectoria ni su legado.
Sin embargo, creo que a todos los españoles y, en primer lugar, a los políticos nos vendría muy bien conocer y valorar su figura, que sin exageraciones, puede considerarse gigantesca, y una de las más importantes y trascendentales de toda la Historia Universal del siglo XX, si no la más.
En primer lugar, por el papel fundamental que representó en la derrota del nazismo y de Hitler. Todos los historiadores y todos los estudiosos de la II Guerra Mundial coinciden en reconocer que todo hubiera muy distinto –y muy probablemente, peor- si, el 10 de mayo de 1940, Gran Bretaña no se hubiera puesto en manos de ese político de 65 años, de baja estatura, regordete, fumador de puros, inteligente, brillante, gran orador y con un inmenso sentido del humor.
Tres días después se dirigió a la Nación para decir a los británicos (y en ese momento británicos no eran únicamente los ciudadanos de las Islas, sino todos los de los países de la Commonwealth, como Canadá, Australia y Nueva Zelanda, que, por cierto, fueron decisivos en la derrota del Eje) que no tenía nada que ofrecerles sino “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”. Aquel discurso memorable galvanizó a los británicos, les hizo tomar conciencia de la gravedad de la situación, con un Hitler preparado para invadir Inglaterra de forma inminente, y les predispuso para una guerra dura y difícil.
A ese discurso le siguió el no menos trascendental que pronunció el 4 de junio siguiente en el que proclamó con una energía y una elocuencia absolutamente admirables: “Iremos hasta el fin. Lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y en los océanos, lucharemos en el aire con cada vez más confianza y más fuerza, defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste. Lucharemos en las playas, lucharemos en los aeródromos, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas, nunca nos rendiremos”.
A esa impresionante capacidad de liderazgo, demostrada en sus discursos, sumó, a lo largo de la Guerra, una especial sagacidad para tomar decisiones, incluidas las militares, muy acertadas.
Por eso, su papel fue determinante en el triunfo final de la libertad y en la derrota del totalitarismo nacionalsocialista. Por eso, el mundo libre, del que España forma parte, aunque a algunos izquierdistas les duela, tiene con él una deuda eterna.
Pero es que, además, Churchill es un magnífico ejemplo de patriota. De patriota inglés, claro. Es un magnífico ejemplo de lo que es ser un enamorado de su país, de su cultura y de su sistema democrático. Y de tener una fe ciega en sus valores y en sus compatriotas.
El ejemplo del patriotismo de Churchill es admirable, especialmente en los momentos de crisis, como los que España vive ahora. Y sería muy de desear que todos los políticos españoles, de todas las tendencias, lo tuvieran muy presente. Esa inconmovible fe en su patria, en su historia y en sus compatriotas fue la clave del gran triunfo británico en la Guerra Mundial, y será siempre la mejor arma para superar todas las dificultades y adversidades a las que tengamos que enfrentarnos.
esperanzaaguirre.com
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