Padres
Siempre me han llamado la atención las películas de sagas familiares con argumento en torno a patriarcas.
Por regla general, estos hombres, de carácter fuerte, por no decir castrante, atemorizan al resto de la familia, incluida una madre abnegada y unos hijos traumados. A lo largo del metraje vamos descubriendo injusticias, giros incomprensibles… hasta la escena cumbre en la que el hijo, llevado al límite por la tiranía paterna, arremete contra éste y le reprocha que toda su infelicidad está relacionada con la necesidad de dar la talla, por la sombra alargada de su figura y por veinte causas más en las que incluyo que el padre no acudió a ver a su retoño al habitual partido de béisbol (si, reconozco mi contaminación por el cine yanqui).
Supongo que a muchos de nosotros nos cuesta relacionar esa imagen fría, autoritaria, con los padres que hemos tenido, mucho más cercanos y sentimentales. Aún así, los hijos de mi generación somos más madreros, porque ellas seguían siendo amas de casa en su mayoría y atendían cada una de nuestras necesidades con una entrega total. De hecho, en algunos de mis recuerdos de infancia mantengo aquella sensación de irme a la cama sin que mi padre hubiese llegado a cenar y, algunos de aquellos días, entre un velo de sueños, recuerdo como una fuerza sobrehumana me arropaba contrastando con la sutileza de una madre.
Nuestros padres han sido más cercanos, sin duda, tanto para hablarnos como para recibir nuestras faltas de respeto. Es lo que tiene la pérdida de autoridad, cal y arena a paletadas. Es en este punto cuando vuelvo a retomar el inicio de la película. Y asumo que en mi adolescencia culpé a mi padre de algunas cosas y me atreví a juzgarlo.
Hoy, esa simple idea, me da vergüenza. Si un día quité a mis padres su poder omnipotente, su capacidad de solucionar todo a su juicio indiscutible, hoy me regocijo al notar que han recuperado su espíritu, su juicio y su sabiduría como personas. Lo que me quitó la juventud me lo devuelve esta madurez relativa, y me permite verlos y valorarlos como iguales. Con lo bueno y lo malo… Y todo aquello que parecían flaquezas hoy resultan ser motivos de respeto.
Es fácil suponer que la vida de unos padres empieza en el momento que uno nace. No hay pasado ni habrá futuro. Pero el tiempo, que a veces da cordura, te permite comprender que no eres lo único de sus vidas, y que detrás hay algo más. Ahora entiendo el esfuerzo de cada decisión, de cada regalo, de cada mes de vida y de caprichos.
Supongo que una madre siempre pasa de puntillas por todo este proceso. La mía pocas veces rozó la condena de mi purgatorio y siempre es y será un referente. El proceso a mi padre fue mucho más severo. Pero ahora, cuando hablo con él, ya no noto la ausencia de aquella fuerza sobrehumana. Prefiero mirarle, sin que lo note, y sentir esa sensación de que compartimos el alma.
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