En el Teatro Juan Bravo, el santiagués Fredi Leis sacó brillo a sus canciones de forma muy generosa durante algo más de dos horas.
Un golpeo rítmico de bombo de batería y un sugerente y repetitivo. Esa marca de soul inauguraba la noche en el Juan Bravo. Apenas habían pasado unos segundos desde que había empezado a sonar la música y Fredi Leis, que acababa de pisar el escenario ―lleno de alfombras rojas de aspecto oriental, de esas que se esparcen por los suelos de los estudios de grabación― ya tenía al público segoviano en su bolsillo. O en sus caderas.
Con camisa negra de flores entreabierta, cazadora de cuero, pantalones negros de pitillo y botas de punta y ante marrones, Fredi Leis se agarraba al pie de micro y comenzaba su primer concierto en Segovia bailando como lo hacen los cantautores que bailan y contagiando rápidamente a algunos de sus seguidores, mujeres y hombres, que desde el principio corearon cada letra de sus temas y ni siquiera llegaron a aguantar una canción sentados sobre sus butacas. Entre esos seguidores, llamaba la atención en cuarta fila una familia con tres niños que juntos no sumaban diez años y en los que, en repetidas ocasiones se pudieron leer en sus labios los estribillos de los temas. La música siempre deja notas maravillosas en cada concierto.
Fredi Leis contribuía a ello; dejando caer las vocales en muchas de sus canciones, alargando las melodías en otras de ellas, acercándose al precipicio del escenario pidiendo al público que le acompañase en los coros o repitiendo hasta la saciedad esos estribillos en los que los espectadores parecían más entregados.
Por el escenario pasaron las de los labios rojos, las de apenas, las de salvarse, los disparos al aire o las guerras de granadas y ‘sevillas’. Fredi Leis no se dejó nada en su Santiago natal y el público segoviano lo agradeció. Tampoco lo hicieron sus músicos, con una mención especial al virtuoso Manu Míguez, quien pese a estar con el brazo en cabestrillo y recién operado de la muñeca no quiso pasar la oportunidad de volver a Segovia. También es de justicia hablar de Carmela, quien lleva acompañando a Fredi Leis desde sus comienzos y ayer dejó volar las últimas mariposas en forma de notas de guitarra que el santiagués entregó a Segovia: a capella y al borde. En el segundo bis. Dos horas después, agradecerle “tanto amor, tanto amor” era tan justo como necesario.
Ana Vázquez Aguado
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