
Soy uno de esos profesores…
Por Sergio Calleja, profesor de filosofía y apasionado del aprendizaje y del callejear.
Soy uno de esos profesores que no logra desconectar del todo en verano. Aprovecho los meses de vacaciones para leer, diseñar nuevos proyectos, buscar nuevos materiales e idear actividades diferentes. Cada curso, comienzo en Septiembre con la ilusión de las primeras veces, con la cabeza llena de pájaros y proyectos y con el entusiasmo de enfrentarme a nuevos retos pensados y soñados. Sin embargo, este verano ha sido diferente (cada uno ha vivido la resaca postconfinamiento como ha podido). El largo silencio en materia educativa de estos meses me ha bloqueado, desconcertado y paralizado.
Soy uno de esos profesores que no alcanza a entender que la reunión que definirá el futuro inmediato de la educación sea el 27 de agosto. Es tarde, muy tarde. Quien dice y escribe que las clases comienzan en dos semanas no saben cómo funciona un colegio. En dos semanas los alumnos volverán a las aulas (si vuelven) pero la última semana de agosto los equipos directivos empiezan a organizar un nuevo curso escolar y el 1 de septiembre todos los profesores empezamos a trabajar, programar y diseñar. A mí no me salen las cuentas. Empezar un nuevo curso con nervios, dudas y con medidas en las que nadie cree no es buena forma de empezar.
Soy uno de esos profesores soñadores que pensaba que todo lo vivido durante los duros meses de confinamiento era una gran oportunidad para aprender, replantear el sentido de la educación y abrir nuevos caminos para una educación de calidad propia del Siglo XXI. No puedo dejar de entristecerme al pensar que hemos dejado pasar una gran oportunidad.
Soy uno de esos profesores a los que no les vale la excusa de decir que había que esperar a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos. Los escenarios estaban claros desde junio, pero no basta con enumerar los escenarios que eran obvios, sino de diseñar protocolos, objetivos y metodología apropiada para cada escenario de tal forma que a etas alturas solo hubiera que ejecutarlos y ponerlos en marcha, hemos tenido tiempo y desgraciadamente volveremos a improvisar.
Soy uno de esos profesores que sabe bien que las medidas de grupos burbujas, uso de mascarilla, lavado de manos, limpieza de aulas, distancia de seguridad, equipo covid, cartelería y flechas varias por el colegio son necesarias, pero ni suficientes ni eficaces para garantizar la seguridad, porque conozco bien los hervores de la vida de un colegio, el latido de sus pasillos, sus patios y comedores y la complejidad de configuración en las asignaturas troncales y optativas. Soy uno de esos profesores que sabe que si la vuelta a las clases se hace con el mismo número de alumnos y profesores que hasta ahora y en los mismos espacios, en octubre volveremos a cerrar. (Basta con ver a los países vecinos)
Soy uno de esos profesores que sigue sin entender que cada comunidad e incluso cada colegio actúe por libre, con planes distintos y con diferentes ideas peregrinas, porque de esta forma, la educación que tiene el maravilloso poder de igualar a las personas y ofrecer las mismas oportunidades, lo que hace es favorecer la desigualdad.
Soy uno de esos profesores que sigue defendiendo que esta situación requiere otra forma de enseñar y otra forma de aprender independientemente de escenarios. Que la forma es importante, pero más importante es el fondo. La nueva normalidad en educación no puede consistir solo en llevar mascarilla y guardar distancia de seguridad.
Soy uno de esos profesores comprometidos que observa con tristeza cómo equipos directivos están renunciando a su cargo. En educación ser directivo no está “pagado” y son hombres y mujeres ilusionados, vocacionados y comprometidos, pero cuando la situación es insostenible, cuando no hay apoyos ni ruta a seguir, cuando sienten que tienen que cuidar sin que nadie les cuide a ellos y les hacen responsables de la salud de niños, jóvenes, adolescentes y profesores, la carga del cargo es demasiado pesada y arriesgada.
Durante todo el verano y estas últimas semanas de forma más insistente, la pregunta que repetidamente me hacen amigos, conocidos y desconocidos es “¿empezaremos en Septiembre no? ¿cómo se plantea el nuevo curso?” Es 21 de agosto y yo soy uno de esos profesores que no sabe qué responder. Soy uno de esos profesores que no entiende el silencio de la ministra.
Septiembre es un mes apasionante para la enseñanza, un mes de nuevos comienzos, de agendas vacías por rellenar, de libros nuevos por leer, de cuadernos blancos por escribir, de estuches limpios por abrir, de objetivos por alcanzar y de proyectos nuevos por vivir. Los profesores contamos la vida en cursos y no en años. Soy uno de esos profesores que me niego a que me roben la ilusión de Septiembre (bastantes meses nos han robado ya) y que pese a todo y frente a todo, comenzaré el curso ilusionado y dispuesto a afrontar los nuevos retos, porque ahora más que nunca la educación es imprescindible y la función del profesor necesaria e insustituible.
Sergio Calleja, profesor de filosofía
Apasionado del aprendizaje y del callejear
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