El pinar

El pinar es uno de los signos característicos de la diversa y rica geografía segoviana. Se extienden por el sureste de amplias llanuras castellano-leonesas, tierras de inviernos crudos y largos, de arenas voladoras, que el pino resinero embrida y domestica.
Desde los siglos XV y XVI, el pinus pinaster comienza a sustituir a otras masas arbóreas y enriquece durante largos años la economía de esta comarca, gracias a la calidad, y al rendimiento de su miera. El pinar posee un aroma balsámico, casi litúrgico, al ser herido el pino verticalmente con la “ pica” que abre heridas para el llanto de la resina. El pinar es un bosque solitario por el que cruzan los hacheros, señores de sus propias matas, y por entre los troncos curiosea el cuervo. Los caminos que lo cruzan cuando atardece se muestran misteriosos y lejanos, abriendo aventuras por este “gran arenal de Castilla la Vieja”, que en sus 1500 kilómetros cuadrados, también se salpica de lomas y cerros.
No hace muchos años, nuestra provincia contaba con más de 83.000 hectáreas de montes públicos y privados, y el número de pinos superaba los tres millones y medio. La resina era elaborada en unos hornos primitivos de forma abovedada conocidos con el nombre de “pegueras”, procedimiento artesano que se mantiene hasta el año 1862, cuando la Resinera Española establece en Coca su primera fábrica. A partir de entonces se reglamenta la resinación de los árboles, antes eminentemente anárquica, y se recoge la miera utilizando el método del “tarro”, pudiéndose hablar ya de una gran industria de la resina.
Los ríos pinariegos se llaman Cega, Pirón, Eresma y Voltoya, y en su curso profundizan sus cauces y crean valles estrechos y como caídos. El más abundoso es el Cega, que permite crecer en su ribera y en sus rectos 17 kilómetros un riquísimo soto, donde junto al pino crecen también los avellanos, los aliseos y diversas rosáceas.
El pino, junto al ladrillo, fue material para alarifes y escultores mudéjares, y en su madera la gubia ha dejado bellísimas muestras en templos, ermitas y monasterios. Por ello el pinar es un gran protagonista de nuestro paisaje, cultura y economía, y a él debe la toponimia provincial muchos nombres entrañables tales como, Torrecilla del Pinar, Zarzuela del Pinar, Pinarejos o Pinarnegrillo. Es pues árbol simbólico, arquitecto, y salvador indiscutible de una desertización que siempre ha amenazado a nuestros páramos y campiñas. Huésped del Pinar es el zorro, que lo pasea de noche, y el picoverde, con su gran mancha roja a modo de bonetillo sobre la nuca, aunque este bosque es más bien austero y silencioso, y en él se remansa una casi literaria quietud que impregna todo el paisaje, a veces rota por los vientos del noroeste, que en su entorno modelan en las arenas suaves dunas, de color ocre y cuyo material ha sido transportado por el agua de los ríos.
También cabe considerar que a lo largo de la Historia, los pinares, han contribuido al desarrollo y asunción de conceptos comunitarios para la explotación y disfrute de los mismos. De ahí su carácter de Montes de Utilidad Pública predominando sobre la pura explotación particular. Es pues también un árbol comunitario que ha servido para el desarrollo de villas y de pueblos.
Conviene visitar estos pinares en los que persiste toda una cultura política y social y que tanto ha contribuido a mantener la identidad de toda la comarca.
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