Mucho se viene hablando del impúdico acercamiento al PP del intrigante vicepresidente de la Junta, Francisco Igea, quien no pierde ocasión pare rendir pleitesía a sus dirigentes, ya sea a laen otro tiempo por él denostada Isabel Diaz Ayuso, ya sea a Teodoro García Egea, el imbatible campeón en el carpetovetónico arte de lanzar huesos de aceituna por la boquita.

Mientras Inés Arrimadas, más perdida que Paquirrín en una biblioteca, le sigue saludando como si fuera uno de los suyos, Igea se busca descaradamente un lugar al sol del PP de la mano de Alfonso Fernández Mañueco, al que se ha adherido como una lapa.

Le aseguran a “El topillo” que el sueño húmedo (políticamente hablando) que colmaría el nuevo horizonte de Igea sería encaramarse a lo más alto del cartel electoral del PP al ayuntamiento de Valladolid. Nada menos que disputar la Alcaldía a una de sus máximas bestias negras, el socialista Óscar Puente, quien, salvo imponderables, optará a un tercer mandato al frente del consistorio vallisoletano.

Aparte de lo mucho que le pone al vicepresidente esa expectativa, no cabe duda que el morbo de ese duelo, digno del más de los truculentos westerns de Sam Peckimpah, se extendería mucho más allá del propio personaje. Y sospecho que Puente, al que le va no poco la marcha, estaría encantado de coprotagonizar ese mano a mano.

Sin embargo, y no es por echar ningún jarro de agua fría, veo poco probable que Pablo Casado, a la postre el que tiene la última palabra en la designación de los alcaldables del PP en las capitales de provincia, asuma una apuesta tan suicida. En todo caso, dado que no toca celebrar elecciones municipales hasta mayo de 2023, faltan casi dos años para comprobarlo.