Cantos de sirena
Me pongo a escribir. Son las nueve de la noche del día veinte de enero. Mi Sánchez señorito debe de andar ya con el ataque de última hora. Joder, cada mes es más pronto “última hora”, porque llevan saltando correos agónicos en la pantalla de mi ordenador toda la tarde. Señorito Sánchez, qué pesado se pone usted en las tediosas tardes de domingo. ¿No ha pensado en echarse una compañía que entretenga su pasar? Solo es una idea. Digo.
Convengo con usted, según la penúltima “lindeza” que me ha dedicado en su mordaz y definitivo emilio, en que razones no le faltan en lo tocante a mi puntualidad, a mi falta de ella quiero decir; pero de ahí a tener que aguantar su estrés, quiero decir, el que me provoca usted a mí, va casi tanto como la distancia que existe entre Esperanza Aguirre y Gallardón. Que a lo mejor no es tanta, no vaya usted a creer. No se olvide que estamos en elecciones.
Ya me pongo, Sánchez dominatrix, ya me pongo. Y le juro, por las rebajas de Loewe, que antes de que cante el gallo no le negaré como hizo Pedro (el de Heidi no, el de Galilea) y le anexaré este artículo en su correo. Eso, o dejaré de ser para siempre la Aurora Limón encubierta, para pasar a ser la mujer pública (que no puta) que pregona su verdadero nombre a los cuatro vientos sin importarle las consecuencias.
Que por otra parte, tengo que decirle que de qué se queja, orejas. Que todavía no sé cómo se las ha arreglado para convencer a mi niña para que escriba en su revista. Por cierto, habrá comprobado que nada que ver con su madre en lo concerniente a la cosa ideológica. Pero vamos, nada de nada.
Quiero contarles, más que nada por desahogarme, que desde hace una temporada Pepita tiene a todos los de mi casa aterrados, acongojados y en un sinvivir. Vamos, que mi niña está poseída. Poseída o abducida. Abducida, o como dice mi Jose, jilipollas, con perdón.
Que es que la niña se pasa el día cantando, a grito pelado, aquello de ¡Viva España!/cantemos todos juntos/con distinta voz/ y un solo corazón, (por cierto, pobre Cubero, qué putada le han hecho y cómo se deben de estar lamiendo las heridas los vampiros de la SGAE ante la falta de los ingresos que preveían por derechos de autor). Mi niña, además de cantar, dice cosas inconexas como gentuza, titiriteros, maricomplejines, sinvergüenzas, morito, Mojamé, Don Pelayo, Reconquista, checas, patulea, traidores o Zetapé.
Díganme si no es como para llamar al padre Karras o, en su defecto, tener como cura de cabecera al mismísimo deán de la Catedral, experto en protocolo, el reverendo padre Frechel. Créanse que nos lo estamos planteando.
Que la otra noche me entro en la cocina, iluminada únicamente por la luz del frigorífico abierto, a por un vaso de agua, y les juro que me meé viva en las baldosas de Porcelanosa que acabo de poner. Mi niña, allí de pie, bebiendo leche frente al congelador, era la viva imagen de la niña del exorcista.
Que como lo siento lo cuento. Lo cuento y no miento si les digo que noto que mi casa está petada, hasta el desván, de poltergeist irreconciliables. Un desasosiego, vamos…
Pide tú a mi hija, le dije a Chari el otro día, que traiga el pan. Porque chica, según está últimamente, a mí ni se me ocurre. La respuesta de mi vástaga no se hizo esperar: “Gentuza, que sois una gentuza. Mandar a un morito de los de la checa de los titiriteros y que os le traigan. ¡Anda y que te amasen Charito! Patulea, que sois una patulea”. Que no me digan a mí que no es como para que se te abran las carnes.
Estando como están las cosas en casa hasta me había planteado pasarme por una iglesia (ya saben que servidora, de fe, ando más bien cortita) pero quita por Dios, que están los de la Santa Casa que le quitan a una las poquitas ganas que le pudieran quedar. Que de aquí a la apostasía me queda un paso, muy corto, advierto. Menuda peña los Roucos, Gascos, Cañizares y demás familia.
Que la memoria histórica (no la de Zapatero, hablo de la general) es débil, es un hecho casi incuestionable. Pero si lo de estos pastores no fuera, que seguro que lo es, flojera de memoria, se podría adivinar, en los actos con los que se significan, una maldad luciferina sin parangón.
Y es que a una institución que se ha negado sistemáticamente a firmar la Declaración Universal de 1948, que utiliza los púlpitos como si fueran ágoras cortijeras, que eleva los chismes de sacristía, ad libitum, al rango de lex, hace del rumor de los ángeles dogma de fe y ha hecho bueno el cedant leges inter arma tantas veces sin sonrojarse, no se me ocurre otra cosa que decirle aquello de: “Cujusvis hominis errare; nullius, aisi insipientes, in errore perseverare”.
Hablando de errores, desde aquí os lo digo caras de higos: qué error más grande el haber sacado a mi Félix Montes de la candidatura al Senado. El bien peinado Gordo, al que le gusta más una cámara de televisión que a Hugo Chávez, experto en verdades a medias, y en no decir lo que hace y en no hacer lo que dice, ha sabido rentabilizar los cuatro mediáticos años que lleva ocupando el mussoliniano edificio de la Subdelegación de Gobierno, y recibe como premio unas vacaciones pagadas en la Marina d’Or de la plaza de la ídem. Y hay quien dice que no anda muy lejos un ministerio. Cuando el rio suena…
Por cierto, que no veo yo al saliente Arturo González yendo a fichar cada mañana a la Seguridad Social. Que según me cuentan, ya le andan buscando un despachito en la Subdelegación de Gobierno al lado del sin par Ángel Fernando García Cantalejo (Chiquipreguntas para los amigos). Que, lo crean o no, pero desde que sé que está allí recogido, vivo como mucho más tranquila. Dónde va a parar.
Ustedes se preguntarán de dónde saco yo esta información. Ocho horas sin pegar ni sello en La Junta dan para más que ir al mercado los jueves. Y a una servidora, como bien saben, no le gusta perder el tiempo. Y dado que la veda electoral está abierta y la ventanilla del “y yo más que tú” no se cierra hasta el día siete de marzo, les prometo suculentas confesiones en el mes de febrero.
Ahora, les prevengo, no se dejen engañar. Pónganse cera en los oídos o átense a los mástiles de la indiferencia para no dejarse engatusar, para no arrojarse a los brazos musicales de unos cantos de sirenas tramposas. Les advierto, no se fíen más que de las sirenas de las ambulancias y de las de los tiovivos, de las de los barcos y de alguna que otra de las que suenan en las fábricas.
Que ya lo dijo Kafka: “lo terrible de las sirenas no es su canto si no su silencio”. Y es tan fácil sucumbir…
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