Arreglá pero informal
En contra de lo que es habitual para el resto de la población, yo, en Navidad y en rebajas, ahorro una barbaridad. Que lo cuento y no se lo creen, vamos. Que sí, que yo en estas fechas gasto menos que Mickey Rourke en jabón, que bien poco que gasta a juzgar por el aspecto.
Y no vayan a creer que es que me tiene comida la moral el Solbes con la cosa del conejo y el estipendio de la propina, valga la redundancia. Para nada. Lo que pasa que detesto, como a otras tantas otras cosas –cada día más, debe de ser que me estoy haciendo muy mayor-, el hacer las compras por decreto y el ser sableada con consentimiento.
Ahora, si lo que creen es que me quedo perniquebrada en casa, con la extraordinaria produciéndole beneficios a mi banco, lo tienen claro. Yo es que es ver cómo pasa el ingreso a mi cuenta, y me encarrilo hacia un mercadillo en menos que se persigna un cura loco.
Servidora no niega que, en lo tocante a los escrúpulos, anda casi tan escasa de ellos como lo están, sobre todo en estos días, las grandes firmas, -y las pequeñas-, los grandes almacenes, -y los pequeños-, las multinacionales y mediospelos, los supermercados, hipermercados, centros del reclamo vario, y todos y cada uno de los especialistas, -hay tantos…-, en desplumarte el monedero con el arte de una sonrisa de mazapán y un merry christmas más falso que el abrazo entre Mahmud Abbas y Ehmud Olmert en Annapolis.
Es por eso, y por otras cosas, que yo no le pongo ningún tipo de reparo a irme de mercadillos. Es por eso que, cada vez con más asiduidad, compro mis propias necesidades y las que se imponen para con los demás, a los precios menos bandoleros que permite el mercado.
En estos lugares, no nos vamos a engañar, también te “atracan”. Pero ni de lejos como lo hacen, amparadas por la ley y la impunidad, entidades con ánimo de lucro, y sin él, tales como la SGAE y similares.
El otro día leía en una revista que las grandes firmas van a lanzar una campaña para democratizar el lujo. De-mo-cra-ti-zar- el-lu-jo. Como para habernos matado…¡Qué morro le echan algunos!
Y digo yo ¿qué hay más democrático que un mercadillo? Cualquiera que compre en ellos podría corroborar conmigo que éstos vienen a ser como la perestroika de la dictadura del marketing; exiguos soplos de aire fresco para enfriar la recalentada maquinaria del shopping más desaforado.
Hace un par de sábados estuve en uno que se ubica dentro del área metropolitana de Madrid. Lo que originariamente fue un lugar de pastoreo y cultivo, hoy se ha convertido en un invernadero de empresas donde el algodón y la falsa seda china se arraciman junto a las falsas marcas de marca y a una extensa e imaginable gama de piedraspreciosas engarzadas en montura de oro con menos quilates que un cable de alta tensión.
Donde se amalgaman, en un crisol imposible y fulero, los dior de pega, los tous de pacotilla, los versacces imposibles, los vitoriosyluquinos más burlescos, los lacostes más fariseos y los vuittones más fraudulentos. Eso sí, todos ellos divinos de arrebatar y genéticamente más idénticos a sus originales que los gemelos Kaczynsky, y listos para dejarse trasportar en deficientes e indocumentadas bolsas que delatan su contenido y procedencia.
Compré para todo el mundo, bueno, para todo el mundo que me importa. Que tampoco es el caso de ir de oenegé, que por otra parte ya saben ustedes que me producen urticaria. Compré para Chari, mis hijos y mi madre. Compré una correa ideal para Nenuco. Alguna cosa para esos que damos en llamar “los amigos en general”. Compré, incluso, para algún enemigo en particular –yo soy así-; también para tres compañeras del trabajo, para dos conocidas que hice en el autobús, camino de Campello, en el puente de la Constitución. Cómo iba a dejar a las de Pilates sin regalo…; tampoco a las de yoga, ni a las de meditación. Adquirí presentes para mi último cibernovio y para un amigo de éste. Y ya, poseída como estaba por el virus del remate y la oferta güena, no dudé en comprar para mis vecinas, para las monjitas que se quedan con mi madre cuando me voy a la playa, el taxista que me baja de Torrecaballeros cuando los de Seycar no me tienen el coche en el tiempo convenido, para una controladora de la ORA que hace la vista gorda con mi coche, y hasta me traje un jersey de cuello alto para la Luqui (Ya, mamá, ya, ya sé que se llama Luquero) a la que la llevo viendo con el mismo (jersey) negro que se compró para su primera toma de posesión. Y qué quieres que te diga cari, pero han pasado cinco años, has aumentado tres tallas (Dios sabe que no te tengo mala fe) y, nena, tú bien lo sabes: renovarse o morir (pero no por asfixia). No sé si me entiendes.
Después de todo el periplo, allí estaba yo, pletórica de satisfacción y de bolsas. Sintiéndome como la mismísima Julia Roberts en mi Prety Woman particular y de saldo, pero más realizada y más satisfecha que la Condoleezza en los vestuarios masculinos de un equipo de rugby .Total por doscientos veintisiete euros…
La que desconoce el subidón que le da al cuerpo el bajar por la calle central del mercado, pisando por derecho y cargada como una reina destronada, no sabe lo que se pierde. Como lo siento lo cuento. Y no me queda otra que decirles que no dejen de probarlo. Me lo van a agradecer. Y sus monederos ni les cuento.
Mi madre lleva en un grito desde hace media hora. Como ya saben los que me leen, es la censora oficial de este artículo, en tiempo real, y eso tiene sus inconvenientes.
“Aurora, me ha dicho al borde de una subida descontrolada de azúcar, ya estás poniendo en ese papel que tu madre, cuando regala, regala de verdad y no de baratillo como tú ¡Me cueste lo que me cueste! No voy a consentir, por que a ti te venga en gana, pasar ante mis amistades por ser una vieja tacaña de los cojones. Ni imaginar quiero por lo que me harás pasar en los días que me restan de vida. Ni imaginármelo quiero… ”.
Cuando en la mesa casi suenan “los pastores”, y un instante antes de darme al cava mafioso (Producciones Scorsesse presenta:), voy a hacer el firme propósito, para no cumplirle, de ser buena el próximo año. Y a pesar de tener escrito un artículo más, llamémosle incisivo, he preferido dejarle para peor ocasión si ésta lo requiere.
No sé si el Año Nuevo nos traerá aeródromo y tren de velocidad alta. No sé siquiera si interesan. Desconozco si el nuevo obispo de la ciudad colocará, vía protocolo, en su lugar a Rasputín Frechel. Ya sabe, don Ángel, a Dios rogando y al diablo con el mazo dando… No sé si las luchas intestinas del pesoe segoviano darán a luz el parto de la burra materializando como senador a Félix Montes, y no digo yo que el en ciernes senador sea un pollino. No sé, en fin, casi nada, pero de todo sé. Y la que avisa, ya les tengo dicho, no es traidora.
Así que como decía el otro: Pernales no me tires de la lengua que la tengo mu suelta. Y sean ustedes tan felices como les dejen.
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