¿Y ahora qué?
Por José Ignacio Gago Alonso
Bienvenidos al siglo XXI, los “Centennials” o generación Z campan a sus anchas por nuestros calles. Nosotros los adultos de la generación X somos sus padres, tíos o profesores. Nuestros chicos se han criado bajo el yugo de la tecnología, bajo el amparo de los teléfonos móviles, que usan sin cesar y que en parte nosotros somos responsables de ello.
“Manolo ponle algún juego en el móvil al niño para que se calle , y así podremos cenar tranquilos”, ha sido y sigue siendo una de las frases más recurrentes para muchos padres y madres que cansados del trabajo diario al final cedían ante las exigencias de atención por parte de sus hijos para poder descansar por unas horas.
Nuestros hijos han creado una dependencia tal con la tecnología, que se han olvidado de jugar, son tan dependientes que el hecho de no tener suficiente batería en su teléfono puede significar tener que cambiar sus planes o incluso no quedar con sus amigos hasta que esto esté solucionado por la ansiedad de estar “incomunicados”.
Las cuestiones son: ¿Dónde ponemos los limites? O ¿Dónde los deberían poner ellos? ¿Somos responsables de alguna manera?
Vayamos por partes como bien dijo Jack el Destripador. Tenemos parte de responsabilidad porque hemos vivido tiempos convulsos y el miedo ha generado que les impusiésemos dispositivos para estar en contacto con ellos desde muy pequeñitos. Es más, muchos están localizados las 24 horas mediante diferentes apps de geolocalización y pronto les insertaremos un microchip para tenerlos controlados en todo momento. Las predicciones futuristas de la serie “Black Mirrow” se cumplirán a pies juntillas y lo que nos parecía una fantasía será una realidad. ¿Porque este cambio si nuestra generación no tuvo esta necesidad?
Hay varios factores que explican esto, las familias en muchos casos han decidido tener un solo hijo sobre el cual ejercen una sobreprotección, también está la paranoia y el miedo que nos llega desde diferentes medios de comunicación para que cuidemos a nuestros retoños.
Ese miedo es el factor fundamental, miedo a todo, a los virus, a los asesinos, al bullying, a los profesores, a los vecinos, miedo y desconfianza del ser humano, que en su mayoría es de naturaleza bueno pero que los casos aislados que salen en los medios alarmistas potencian este estado de angustia continua.La solución no es fácil, quizás sería dar un salto al vacío y confiar en el ser humano, en la bondad de un desconocido, en que no es necesario usar Google maps para ir a cualquier sitio porque podemos preguntar a un extraño. Debemos dejar que nuestros hijos sean poco a poco autosuficientes, aprendan a vivir, a confiar, a desconfiar y se vayan dando cuenta por sí mismos de cómo funciona la vida y la sociedad, porque si no lo hacemos así, el golpe será mayor y posiblemente no estaremos allí para recoger los pedazos cuando llegue.
Dejemos que salgan de su zona de confort, que construyan sus propias vivencias, que se equivoquen y que aprendan de sus errores. No es fácil ,por supuesto, pero es necesario ya que solo así aprenderán a vivir.
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