Las lecciones de Janucá que nadie te platicó

La opinión de Irving Gatell para @EnlaceJudio
Janucá no sólo es una festividad gozosa para el pueblo judío. Es una de las más poderosas lecciones de historia, y resulta especialmente pertinente para estas épocas, porque vivimos en algo que, en el largo plazo, es prácticamente una réplica del Reino Hasmoneo.
En el año 171 AEC, Antíoco IV Epífanes (Antiojus, en argot judío) comenzó la campaña con la que trató de exterminar al judaísmo como cultura. Su plan era asimilar al pueblo de Israel al mundo cultural helenístico. Sus agresiones detonaron una rebelión rural que inició en el año 167 AEC, y cuya primera etapa concluyó en 164 AEC cuando Antiojus murió repentinamente en Egipto, sus tropas entraron en caos, y la guerrilla de Yehudá Hamakabí (Judas Macabeo) logró liberar Jerusalén y purificar el Templo.
La guerra reinición dos años más tarde, y el embate de los seléucidas fue brutal. Yehudá tuvo que huir, y murió en combate en el año 160 AEC. Sin embargo, su hermano menor Jonatán resultó ser también un gran genio militar. Al frente de las tropas judías propinaron dos severas derrotas a los sirios del general Baquides, y en el año 158 AEC concluyeron las hostilidades.
Originalmente, no había ningún plan para que Judea se independizara, pero el Imperio Seléucida —capital en Damasco— estaba en su fase final de decadencia, y a partir del año 134 AEC ya no tuvieron la capacidad para ejercer un control fuera de sus propias fronteras. Bajo el liderazgo de Yojanan Hirkanus el pequeño reino de Judea logró su independencia plena, pero también empezó a convertirse en una potencia militar local imbatible.
Durante los reinados de este monarca y de su hijo Alexander Yanai (Janeo, hasta el año 76 AEC) el poderío militar judío no sólo provocó la derrota de todos los enemigos alrededor, sino que incluso se logró recuperar por primera vez desde la invasión asiria (722 AEC) la totalidad de lo que había sido el territorio del antiguo Israel.
La historia no se repite, pero rima. La experiencia del Israel moderno ha sido notoriamente similar: Un conflicto local en lo que fue el Mandato Británico de Palestina que se extendió por varios años, hasta que se pudo lograr la independencia en 1948 (después de que unos pocos años antes se hubiese dado el mayor intento histórico por exterminar al pueblo judío; algo que podría definirse como el proyecto de Antiojus llevado a su máxima expresión posible). Después de ello, Israel se convirtió en una potencia militar imbatible, y —mira qué curiosidad— Damasco volvió a ser una de las capitales humilladas por las victorias judías.
Es por esto que se ha dicho que, a lo largo de toda la historia del pueblo judío, los dos momentos en los que más poder y fuerza hemos tenido han sido, precisamente, la era hasmonea y la actualidad. Y, por mucho, el poderío actual israelí ya superó al hasmoneo.
Tanto en aquellos días como en la actualidad, el pueblo judío contó con el apoyo y la complicidad de un poderoso aliado ubicado al occidente. En tiempos hasmoneso fue Roma; en la actualidad son los Estados Unidos. Curioso, porque así como Roma fue la versión reciclada de la cultura griega, los Estados Unidos han sido la versión reciclada de la cultura europea.
Las lecciones de Janucá las conocemos todos. Nos las repiten desde chiquitos mientras jugamos al dreydel (la perinola o sevivón) y comemos latkes. Todo gira siempre en torno al milagro del aceite y la victoria inesperada de los pocos que derrotaron a los muchos.
Pero la lección de historia va más allá, y hay que poner atención a la forma en la que evolucionó la relación de la antigua Judea con Roma.
La decadencia del poder hasmoneo provocó la intervención y ocupación militar romana en el año 63 AEC y ahí comenzó el deterioro. Un poco más de un siglo después, estalló la primera guerra (años 66-73); una segunda guerra (132-135) dejó a Judea devastada, y al pueblo judío en el exilio.
¿Qué fue lo que falló? En esencia, que el pueblo judío no supo resolver sus profundas diferencias internas y por ello no pudo enfrentar el reto romano de una manera unificada. El choque principal fue el de los judíos que querían la independencia contra los que apoyaban el estatus romano. Pero el choque más dañino fue al interior de los independentistas. Las diversas facciones entraron en guerra civil, y eso le facilitó el trabajo a las tropas de Vespasiano y su hijo Tito.
A primera vista pareciera que los judíos estamos igualmente divididos hoy en día.
No es del todo correcto. Las diferencias antiguas entre saduceos, fariseos (de Hillel y de Shamai) y esenios apocalípticos fueron infinitamente más profundas que las que hoy podamos mencionar, incluso entre reformistas, ortodoxos, sionistas o antisionistas. Para que te des una idea, cada secta de la antigüedad tenía su propia versión de la Biblia. Así de profunda era la división.
De todas esas sectas, sólo sobrevivió la farisea. Fue la única que desarrolló las habilidades suficientes para adaptarse a los cambios provocados por la catástrofe. Por ello, todos los tipos de judaísmo que existen hoy en día están enmarcados en lo que llamamos Judaísmo Rabínico (heredero directo del fariseo).
Eso significa que los judíos de hoy, con todo y nuestras diferencias aparentemente irreconciliables, tenemos más en común que los judíos de hace dos mil años. Eso ya es un avance, pero no es una vacuna contra los riesgos de la división.
Un facto secundario, pero muy importante, fue que los judíos antiguos no supieron prever los cambios que implicaba que Roma pasara de su modelo republicano a su modelo imperial.
Es muy probable que ese mismo reto lo vayamos a enfrentar este siglo con los Estados Unidos, que no son un imperio en decadencia como muchos de sus malquerientes insisten. Al contrario: Muchos detalles apuntan a que la gran potencia norteamericana apenas se dirige a su verdadero momento de máximo poderío, e Israel tiene que estar muy atento a los cambios que esto va a provocar.
En principio, las cosas no van mal. Estados Unidos está trabajando fuerte para consolidar una área de cooperación económica en el Medio Oriente, y los retos actuales le han hecho entender a amplios sectores del liderazgo árabe que es mejor ser socio de Israel, que su enemigo.
Las perspectivas son buenas en este momento, pero el peor error sería dormirnos en esos laureles. Hay que mantener las alarmas permanentemente encendidas para evitar que el colapso o la decadencia vuelvan a surgir desde nuestras propias entrañas.
Imagínate lo que podría pasar si en esta nueva vuelta de la historia las cosas nos salieron mejor que hace dos milenios.
En aquellas épocas apareció un líder que estuvo a punto de convertirse en el mesías. Desde la lógica más judía posible, fue el mejor candidato que tuvimos en la antigüedad. Su proyecto al final falló, y eso se tradujo en una desgracia nacional de proporciones terribles.
¿Su nombre? Simeón bar Kojba, el caudillo que estuvo muy cerca de expulsar a los romanos de Judea.
¿Y qué tal si en esta época también eso pudiese mejorar? No voy a exagerar tanto como para decir que seamos testigos de la manifestación plena del mesías y lo mesiánico (aunque para nada me resultaría molesto). Me conformo con la llegada de un liderazgo político (no tiene que ser una persona nada más; entendiendo cómo funcionan los paradigmas democráticos, podría ser un sistema) que consolide los pasos decisivos hacia la paz y la prosperidad de Israel.
El mayor reto para el pueblo judío después de que acabe la guerra contra Irán, Hamas y Hezbollá no va a ser concluir el proceso de paz con los árabes, o reforzar la colaboración con los Estados Unidos.
Será reconciliarnos entre nosotros mismos para dimensionar plenamente que el moderno estado de Israel ha sido el inicio de nuestra redención.
Depende de nosotros, como siempre.
Confío en que hemos aprendido bien nuestras lecciones de historia, y así seguirá siendo.
Reproducción autorizada por: @EnlaceJudio
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