Superar un trastorno de ansiedad no significa dejar de sentir nervios o preocupación, sino dejar de vivir condicionados por ellos.
La ansiedad no es, en sí misma, un problema. Es una emoción básica, necesaria para la supervivencia, que nos prepara para reaccionar ante el peligro, tomar decisiones rápidas o adaptarnos a situaciones exigentes. El conflicto aparece cuando ese sistema de alerta se queda activado de forma constante, incluso cuando no existe una amenaza real. Es entonces cuando hablamos de trastornos de ansiedad.
Desde la psicología, entendemos la ansiedad no solo como un conjunto de síntomas, sino como una forma de relacionarse con el mundo, con el propio cuerpo y con los pensamientos.
¿Qué son realmente los trastornos de ansiedad?
Los trastornos de ansiedad engloban diferentes cuadros clínicos en los que el miedo, la preocupación o la anticipación negativa se vuelven desproporcionados, persistentes y difíciles de controlar. No se trata de “pensar demasiado” ni de una debilidad personal, sino de un desequilibrio entre lo que la mente interpreta como peligro y la realidad objetiva.
La persona ansiosa vive con la sensación de que algo malo puede ocurrir en cualquier momento: una enfermedad, un error, una pérdida, una evaluación negativa o una catástrofe indefinida. Esta vivencia interna genera un gran desgaste emocional y físico.
Más allá de los síntomas físicos
Aunque la ansiedad suele asociarse a palpitaciones, falta de aire, tensión muscular o mareo, su núcleo no está en el cuerpo, sino en la interpretación que se hace de esas sensaciones. El problema no es sentirlas, sino el miedo a sentirlas y lo que la persona cree que significan. A nivel psicológico, la ansiedad suele manifestarse como:
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Pensamientos anticipatorios constantes.
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Dificultad para tolerar la incertidumbre.
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Necesidad excesiva de control.
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Hipervigilancia corporal y mental.
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Evitación de situaciones que generan malestar.
on el tiempo, la vida puede ir estrechándose, limitándose para “no sentir ansiedad”, lo que paradójicamente la refuerza.
Tipos de trastornos de ansiedad: distintas caras, un mismo fondo
Existen diferentes formas clínicas, como el trastorno de ansiedad generalizada, el trastorno de pánico, las fobias, la ansiedad social o el trastorno obsesivo-compulsivo. Aunque los síntomas cambian, todas comparten un patrón común: el miedo sostenido a perder el control, a sufrir o a no poder manejar lo que ocurre.
Desde la terapia, más que centrarnos en la etiqueta diagnóstica, nos interesa comprender qué función cumple la ansiedad en la historia personal de cada individuo.
¿Por qué aparece la ansiedad?
La ansiedad no surge de la nada. Suele estar relacionada con experiencias tempranas, estilos educativos, aprendizajes emocionales y vivencias de inseguridad o sobre exigencia. Muchas personas ansiosas han aprendido, consciente o inconscientemente, que equivocarse, fallar o mostrar vulnerabilidad tiene un coste alto.
En otros casos, la ansiedad aparece tras etapas vitales de gran impacto: duelos, cambios importantes, enfermedades, maternidad/paternidad o periodos prolongados de estrés.
El papel del psicólogo
La terapia psicológica no busca eliminar la ansiedad, sino cambiar la relación que la persona tiene con ella. Aprender a escucharla sin obedecerla ciegamente, entender su mensaje y recuperar la confianza en los propios recursos es clave para la mejora.
A través del proceso terapéutico se trabajan aspectos como:
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La regulación emocional.
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La interpretación de los pensamientos ansiosos.
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La exposición progresiva a aquello que se evita.
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El fortalecimiento de la autoestima y la seguridad interna.
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La construcción de una vida más amplia, incluso con ansiedad.
Vivir con menos miedo y más flexibilidad
Superar un trastorno de ansiedad no significa dejar de sentir nervios o preocupación, sino dejar de vivir condicionados por ellos. La ansiedad pierde poder cuando deja de ser el centro de la vida y se convierte en una experiencia más, transitoria y manejable.
Pedir ayuda profesional no es un signo de fragilidad, sino un paso valiente hacia una relación más sana con uno mismo y con el entorno. Porque aprender a convivir con la incertidumbre es, en realidad, una de las grandes habilidades emocionales de la vida.
Original publicado en Topdoctors.es




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