Esto es la vida
Ando por la vida en estos últimos tiempos como el Guadiana. Apareciendo y desapareciendo todo el tiempo. Nunca le había dado demasiada importancia a esta inconstancia que me caracteriza.
Nunca hasta ahora había supuesto, para quien suscribe, ningún tipo de problema esta cuestión, ni había representado un contratiempo al que no pudiera dar solución poniendo cara de perrita abandonada o susurrando unas disculpas más falsas que un Vuitton de mercadillo.
De siempre, y hasta hace unos escasos tres meses, había pensado que la falta de puntualidad, el estar sin estar, el “seguro que esto lo puedo dejar para mañana”, la falta de consideración para con los demás, eran más alhajas que adornaban mi personalidad, que agravios que pudiesen molestar a la concurrencia. Entendiendo como concurrentes todos aquellos con los que interactúo (no me digan que no se me notan las sesiones de terapia) en las distintas facetas de mi devenir.
“El compromiso es lo que te falla”, me dijo mi psicoterapeuta a boca de jarro. Pensé en Jesulín, a qué negarlo, según se me tatuaba el mensaje en la parte del cerebro donde se almacenan estas cosas. Y mientras él –mi terapeuta- permanecía impertérrito en su confortable sillón esperando la reacción que tan demoledora frase iba a surtir en servidora, yo, aun a pesar de sentirme como una rata de cloaca, no podía hacer otra cosa que traducir mentalmente aquella última frase como si el mismísimo sabio de Ubrique me hubiera poseído, con perdón: “En dó palabras, cohones: Con-Promiso, ezo é lo que te falla…”.
¿Han intentado quitarse de la cabeza algo que rechazan por poco conveniente dado el contexto en el que el pensamiento aparece? Seguro que el resultado no es otro que el de la repetición casi mántrica de la inconveniencia. Y servidora no es una excepción, a qué negarlo.
Claro, que en cuanto salgo de la consulta y veo que la secretaria del susodicho le ordena a mi VISA un cargo por valor de más de dos euros el minuto (estoy algo menos de sesenta), me entran unos remordimientos y un pedazo acto de contrición que lo mismo me da enjaretarme dos jotabes de no te menees o meterme en la primera tienda que me pille al paso.
Últimamente me ha dado por ahogar mi falta de cariño (cada día soy más consciente de que estoy más sola que la Ministra de Fomento) con lo que para mí es el mejor sucedáneo de éste: la atención exquisita que te da una buena boutique. Ya que hablo de Magdalena, decirte, nena, (y suena a pareado) que si más de veinte napos va a ser el impuesto revolucionario que vamos a tener que apoquinar por viajar a Madrid en AVE, desde ahora te digo que esto va a tener menos futuro que la AP6, que mira que tiene poco.
Tengo que decirles que me he comprado una cartera de Loewe donde caben, desplegando una especie de acordeón que lleva, veintisiete tarjetas de crédito. Todas bien a la vista.
Les podría decir, una por una, las tiendas de la ciudad donde a más de cuatro dependientas y a alguna que otra propietaria se le han caído, literalmente, las bragas al suelo ante semejante insinuación de poderío. Y es que no hay nada como una buena marca a la vista, un perfume con esencia de dinero y un desparpajo como el mío (jeta lo llama mi hijo) para franquear fronteras y que te traten como a una Reina. ¡Por qué no te callas... !
Por cierto que mi Jose luce de un tiempo a esta parte un look yonqui preocupante. Y yo puedo ser una mujer muy de jiji, jaja en lo social, pero en lo tocante a la manada propia soy una loba desmedida.
Le dejé advertido de mi preocupación hace unos días por correo electrónico, porque, dicho sea de paso, es la única forma civilizada en la que nos podemos comunicar desde hace tiempo; aunque por toda contestación me ha remitido un escatológico “Y tu culo un futbolín” que me tiene entre la oleada de ira y el alcoholismo encubierto.
Que el otro día salía yo de Vértigo (no digo que la propietaria sea una de las que recogieron las braguis del pavimento) y al pasar por la horripilante plaza levantada a menor gloria del ínclito Coullaut Valera, casi estuve a punto de dejar caer unas monedas en la chupa que mi vástago había dejado sobre una de las bancadas de la plaza.
Con la bandera de la desolación desplegada me fui al cine más sola que la Lola (la de los puertos). Lo ideal para levantar el ánimo. Ya les digo.
Ni les cuento con el que salí de la sala. Dos estudiantes rumanas, urgidas por el embarazo de una de ellas, a la búsqueda de un aborto clandestino en la Rumania comunista de Ceaucescu.
Debe de ser por mi estado, que a mí esto del BRUCES (¿o es MUCES?) me parece bastante de charlotada cateta y garbancera; Contraviniendo, con toda seguridad, el parecer de mi Luqui (ya sé que es Luquero, mamá). A la que ponerse hasta las trancas de canapés en la caspofiesta del Parador Nacional, le parece estar asistiendo a la inauguración del Festival Internacional de Cine de Cannes. Qué buen conformar tiene mi niña...
Opino que este BRUCES, al que le faltan tantas cosas, tiene menos glamour que su director; que mira que tiene poco. Y por cierto, otro de tantos. Otro de tantos autoproclamados al efecto, la mayoría, con la única gloria y menor honra que la de saber mover el rabo, con perdón, bajo la teta protectora de la subvención fácil.
Anita Martínez de Aguilar versus Ángela Channing. Si al inefable Antonio Ruiz le diera algún día por dejar de escribir esa cosa tan provinciana que escribe, y dedicara su tiempo y conocimientos a pulir un serial para la tele sobre Segovia, la Aguilar sería la prota sin la menor duda. Por cierto Ruiz, los derechos de autor a medias.
Ya tengo dicho yo aquí que Ana es uno de mis referentes (junto a Teresa Ossséa Sanz, y la injustamente olvidada Toñi Arranz) pero es que desde que le dio en tol hocico con el guante de la indiferencia al mismísimo César Antonio Molina (soy mineeeeroooo), la veo como más Aragón. Vamos, como más Anita Martínez de Aragón y Viva España...
Claro, que no creo que piense lo mismo el destronado Parreño, pero hijo, qué quieres que te diga, siempre habrá casos en los que, aun marchándose uno a Sevilla, no se pierda la silla. Ah, se siente...
Chari, bien. Mi madre, mejor. Mi hija intentando salvar a España de los dislates de ZP (Losantos dixit) en la convención pepera que han montado en la capital del reino (¡¡¡ Por qué no te callas...-Mariano-!!!).
Estas cosas y otras muchas son las que le llevan a una a desaparecerse más de lo deseado como decía al principio. Las que te conducen a buscar los subterráneos de la privacidad para aparecer, cuando menos lo deseas, por los ojos desorbitados de la cotidianeidad más lacerante. Las que provocan que te deslices sin casco, la mayor parte de las veces, por los meandros caprichosos de la vida. Pero esto es la vida. O al menos eso dicen.
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