El Rey vive, viva el Rey
Hay individuos, que para bien o para mal, han dejado tal marca en sus coetáneos que su imagen, su icono, ha pervivido más allá de su tiempo.
Hace 30 años un tal Elvis Aaron Presley dejó este mundo para seguir en él. La única razón aceptable del universo para sentirse monárquico abandonó un cuerpo que era más una prisión, pasando a la gloria casi eterna del inconsciente colectivo. Desde aquel 16 de agosto de 1977 el Rey ha dado muestras evidentes de su inmortalidad. Se ha aparecido en múltiples ocasiones, ha hecho dudar a propios y extraños sobre la verdad de su defunción y ha habitado, con una fuerza imposible de medir, el universo de miles de seres humanos que pueblan este planeta.
No ha sido el único. Hay individuos, que para bien o para mal, han dejado tal marca en sus coetáneos que su imagen, su icono, ha pervivido más allá de su tiempo. Un ejemplo abominable es Adolf Hitler, al que muchos creyeron ver por medio mundo años después del churrasco que organizó en su búnker privado con los rusos celebrando la goleada a pocos kilómetros. Pero no ha sido el único. Y todos tienen en común que supusieron un hito o un estigma en el devenir de miles de vidas.
Pero volviendo a Elvis, su fuerza lo ha mantenido de tour a lo largo y ancho de los Estados Unidos más de tres décadas. Su voz y su imagen marcaron de tal manera a una sociedad, especialmente a los jóvenes y adolescentes, que no podía desaparecer sin más. En 1977 era imposible una América sin él. Y ese anhelo, esa unión de mentes proyectando una fe inquebrantable en el Rey hicieron lo mismo que otras similares en Fátima, Lourdes y demás. Elvis se apareció ante sus fieles.
Hoy, los que no vivimos aquel fenómeno del blanco con voz de negro en todo su esplendor, nos quedamos con esas imágenes grotescas, pero indudablemente divertidas, de miles de fans enloquecidos vestidos como su ídolo. Todos quieren cantar como él, bailar como él y tener una camiseta con su efigie. ¿Por qué no? Es lo mismo que ver a miles de hinchas en un campo de fútbol, hermanados hasta el límite por la creencia compartida en unos colores, algo que trasciende lo físico, que pertenece a un mundo de ideales. Es una suerte que las energías del ser humano se depositen en estos terrenos, floridos y estériles al mismo tiempo. Todo irá bien mientras no nos de por unirnos en contra de la injusticia, de la miseria o de la mierda en el mundo… No vaya a ser que cambiemos algo.
Mientras tanto, me consuela que el Rey vive. Viva el Rey.
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