Otro paseo parlamentario con Pilar…
(A Pilar Cernuda, hija adoptiva de la provincia de Segovia)
Por Fernando Jáuregui
Coincido con Pilar Cernuda en el Congreso de los Diputados, en el inicio de la nueva Legislatura, como en tantas otras ocasiones que ella y yo llamábamos “históricas”. Está ella en uno de esos momentos de justa ira que la embargan: “no vuelvo por aquí, esto es un colegio, un circo”, me dice. Algo de circo hubo en la sesión, pero yo sé que volverá, como sabía que escribiría más de sus estupendos libros desde el mismo instante en el que me aseguró que ya no iba a hacerlo jamás: cuatro volúmenes valiosos, cuatro, ha alumbrado desde entonces. Pilar es así: volcánica, impulsiva, generosa. Ferozmente enamorada, como uno mismo, de la profesión.
Comentamos su última obra, ‘las mujeres espías’, y mi último libro, una historia de abogados. De ambas cosas escribíamos cuando lo hacíamos al alimón: sobre abogados, sobre policías, sobre políticos, sobre espías. Cuatro o cinco títulos, ya ni me acuerdo, escribimos juntos, cuando formábamos algo así como una pareja artística: ‘Crónicas de la crispación’, ‘aznarmanía’, ‘servicios secretos’, ‘la conjura de los necios’…Nos desesperaban entonces las mismas cosas, y es probable que eso siga ocurriendo, aunque quizá uno haya aprendido a poner más cara de póquer en estos años del cólera y de la indignación.
En esta jornada, de merecido homenaje, recuerdo a Pilar, tristísima, tomando un café con lágrimas en la barra de un bar de San Sebastián el día en el que ETA mató a Fernando Múgica. Menudo día aquel de huracanes desatados, Pilar. Y recuerdo los encuentros casi clandestinos con fuentes que nos contaron cosas que nos espantaba publicar –pero, claro, publicábamos--; compartíamos un sentido ético del periodismo y una noción de lo que debe ser el patriotismo que hacían que tantas veces nos llevasen los diablos cuando veíamos o escuchábamos determinadas cosas. Pero éramos conscientes de que, desde nuestras columnas, desde nuestras tertulias, desde nuestros libros, estábamos, de alguna manera, contribuyendo a escribir –quién sabe si también a hacer—Historia.
Sí, algunas veces defendí a Pilar de ataques zafios, como aquel de José María Ruiz-Mateos, que me costó un largo contencioso con el empresario, que confesó que había espiado nuestras conversaciones telefónicas (y las hizo públicas), como ella me defendió de otras situaciones provocadas por nuestra decisión de publicar lo que sabíamos, pasara lo que pasara, se enfadase quien se enfadase, y vaya si se enfadaban algunos.
Y ahora, en el más reciente –sin duda no el último—paseo parlamentario, ya finalizado este mes de mayo, a pocos días de unas elecciones que todos consideraban decisivas, sé que la curiosidad insaciable, de periodista nacida para ser periodista –y no arquitecto--, hará que Pilar y yo nos sigamos encontrando en los recintos parlamentarios, en ruedas de prensa, en todos estos hitos que van forjando el presente de esta nación a la que ella y yo tanto hemos amado, amamos. Y de eso de jubilarse, ni hablar; ni se te ocurra, Pilar. Aunque ya sé que ni se te ocurre, por más que, a veces, en la tormenta de las indignaciones, asegures lo contrario.
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