En Escobar de Polendos están los restos de una industria que durante siglos constituyó no sólo un oficio sino un modo de vida. Un molino que fue testigo silencioso de una historia y sus gentes.
Dicen que “mientras quede el recuerdo no se muere del todo”, y eso pasa con las cosas, la gente, los lugares... Lugares que se resisten a morir en el olvido y que, lejos de ocupar tan sólo recuerdos, siguen escribiendo las páginas de la historia, de nuestra historia. Uno de estos lugares es el viejo molino de Escobar de Polendos, llevado por los acontecimientos a ser conocido como el “Molino Quemado”.
A poco más de dos kilómetros del pueblo y situado junto al río Polendos, ha sido movido por sus aguas durante siglos, y aunque dejó de trabajar hace sesenta y cuatro años, en que fue devorado por las llamas, allí siguen sus restos, vestigios de esta industria milenaria y únicos testigos de su final. Aunque conocido desde entonces como “Molino Quemado”, su nombre era “Molino de los Frailes”, uno de los más de trescientos molinos harineros que se extendían a lo largo de nuestra provincia al pie de los ríos.
La historia de su nombre
Pero, ¿a qué debe el nombre de “Molino de los Frailes”?. En el siglo XIII ya se mencionaba el pueblo como Escobar de Polendos haciendo referencia a los arbustos con los que tradicionalmente se hacían las escobas. En estos siglos y con la repoblación, la Iglesia se ve beneficiada con múltiples donaciones y se construyen numerosos monasterios y abadías que poseen prácticamente la totalidad de la tierra. Una gran parte de las tierras del término que llegaban hasta el río pertenecía a los monjes del Monasterio de Santa Mª de la Sierra, en Collado Hermoso, y a ellos debe su nombre, “Molino de los Frailes”.
En 1442 los frailes venden estas tierras a D. Juan González, canónigo de la Catedral, y posteriormente, algunos documentos atestiguan que pasaron a manos de unas monjas. Quizá estas fueran las monjas de Santa Isabel, que según el Catastro de la Ensenada, poseían varias tierras próximas al molino. Hay un dato que puede afianzar más esta información, y es que en 1919, cuando Marcos Herrero compra el molino, había que pagar un canon en especie (generalmente una gallina o algo similar) por el uso del caz, a unas monjas de Segovia, posiblemente clarisas como las del Convento de Santa Isabel. Pero también en Escobar hubo monasterios, los mayores recuerdan haber oído que al lado del camino que va del molino a Cantimpalos, hubo uno del que han quedado restos hasta hace no tanto tiempo.
Pasado
No se conoce la fecha en que se construyó el molino, ya que el primer dato documentado aparece en el Catastro del Marqués de la Ensenada (1752), en los libros sobre el Sexmo de Cabezas pertenecientes al lugar de Escobar de Polendos, realengo, entonces con 32 vecinos. Nos dice “que en el término de este pueblo, inmediato a él en el río Polendos”, distando de la población un cuarto de legua, “se halla un molino harinero con dos ruedas, que muele la mitad del año con una y la otra mitad del año a represadas”. Este término hace referencia al aprovechamiento del agua que se almacenaba en la presa y que se soltaba cuando era necesario, utilizando ese golpe de agua para poder mover el molino. Dice también que “...pertenece la tercera parte al Marqués de Lozoya, vecino de Segovia, y las otras dos a Francisco Sanz que lo es de este lugar”. “...le sirve Manuel Pascual, que paga de renta anualmente cien fanegas de trigo, produce anualmente mil seiscientos reales de vellón y la ganancia que tiene el arrendador es de mil quinientos reales”. Según el Diccionario Geográfico de Madoz (1850), referente a Escobar de Polendos, “...le atraviesa el arroyo Polendos...cuyas aguas riegan un prado de 50 obradas y dan impulso a las ruedas de un molino harinero”. Ya en los últimos años del s.XIX y primeros del XX, y en un “Registro fiscal de todos los edificios, solares y demás fincas urbanas” que se encuentra en el ayuntamiento de Escobar, podemos ver los últimos datos documentados. Aparece registrado en el folio sesenta y cinco como molino y vivienda de planta baja que produce “una renta anual íntegra de quinientas ochenta y nueve pesetas y cincuenta céntimos”. La superficie total de vivienda, molino y presa es de 312 m2, y el valor 1851,60 pesetas. La propiedad era “en prohindiviso, dos terceras partes a D. Juan González Manso, fallecido. Tercera parte a la Exma. Sra. Marquesa de Lozoya”. Aparecen también registradas las transmisiones del dominio en los años sucesivos a distintos adquirientes: 1898 a Valentín Martín Rubio, 1904 a Regino Marcos Cuadrado, 1912 a Pablo Ceballos Celador, y finalmente en 1919 pasa a Marcos Herrero García, su último propietario.
Trágico final
Éste último trabajó el molino hasta 1944 en que un incendio arrasó todo: enseres, cereales y animales domésticos, y resultó doblemente trágico ya que en el interior pereció la persona que se encontraba al cuidado del molino y los animales, el vecino del pueblo León Abad, conocido como “el tío León”. Sucedió según nos cuenta un nieto del señor Marcos, la noche del 15 de Agosto, cuando sus abuelos se encontraban en el pueblo, ya que era la fiesta y casualmente ese año eran mayordomos.
Según recuerda un vecino de Escobar, José González, él fue quien con un carro llevó la bomba de agua desde Mozoncillo para intentar sofocar el fuego, aunque finalmente no se pudo salvar nada. El Adelantado de Segovia publica la noticia en portada el día 17 de agosto, según la cual las pérdidas ascendieron a unas 80.000 pesetas, una fortuna en aquella época. Tan sólo se pudo rescatar la piedra de moler, que el hijo del señor Marcos, Feliciano, colocó en el nuevo molino que construyó después en el pueblo.
Nunca se supo la verdad de lo sucedido, y aunque se cree que fue intencionado, como así manifestaban algunos indicios, nunca pudieron encontrar pruebas que inculparan a nadie, y el caso se archivó. Tan sólo aquellas paredes hoy derruidas saben lo que ocurrió esa noche, y seguirán como hasta ahora, mudas para siempre. Allí siguen de pie, como negándose a caer, las gruesas paredes de la casa con sus vigas quemadas, los restos de donde estuvo el molino, el cárcamo, la presa... evocando recuerdos de gentes, de trabajo, de siglos y de historia, en definitiva de tanta vida pasada. Allí, entre los restos del Molino Quemado, cerrando los ojos, se puede escuchar el silencio, y casi todavía la brisa trae un olor a cenizas...
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